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cuicatl, ñe’ë porä, ikar, yarawi, ül et al.
sobre lengua y poesía (contemporánea) amerindias
 
habrá habido una vez, y aun otras, una tradición — su nombre: ‘Occidente’ — que, con todo, verosímilmente nunca fuera una sino en el deseo de sus poderes dominantes y en la economía de sus más tenaces adversos, cultura de vocación universalizante (y al decir ‘cultura’, término que florece desde la misma raíz que la de  la palabra ‘colonia’, ya es Occidente quien habla). lo que hoy por hoy se da en llamar globalization, y que habrá tenido como uno de sus precursores señeros el ‘descubrimiento’, colonización y aculturación del ‘continente americano’, se inscribiera de manera extrema, tal Extremo Occidente (cf. ‘El teatro total de Oklahoma’ de la América de Kafka), en la misma apropiativa tradición tardodescendente. nuestra puntual entrevista aquí: que lo propio de Occidente habrá sido precisamente (la tradición de) lo propio, con sus valores de proximidad, propiedad, prioridad y primacía. ¿otras ‘culturas’ no habrán dispuesto acaso de un saber y de una práctica de lo propio? no propiamente. lo cual no implica sugerir que esta trama haya carecido o aun carezca de conflictos, desajustes y desvíos, tanto en el seno de ‘sí misma’ como en el despliegue de su planetaria onda expansiva, y que en definitiva haya mucho de no definitivo en ella, inconclusa como fuera.  
 
lengua afuera
La conquista y colonización del ‘Nuevo Mundo’, tal movimiento autoproyectivo, unificador y asimilero, no habrá eludido ni muy menos el elemento lingüístico — siguiendo en buena parte por demás los procesos de homogeneización ya operantes en los propios territorios metropolitanos de las monarquías colonizantes. Cuando en 1770, a instancias del arzobispo de Ciudad de México, el rey Carlos III de España emite la Real Cédula destinada a extinguir el uso de las lenguas ‘amerindias’ en la América Española (“para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas de que se usa en los mismos Dominios, y sólo se hable el Castellano”[1]), la tarea se encontraba de facto ya bastante adelantada.
 
Cierto: durante los primeros siglos coloniales grupos de eclesiásticos, y entre ellos particularmente los jesuitas, favorecieran la catequesis y/o extirpación de idolatrías en lenguas ‘indígenas’ y establecieran innúmeras gramáticas y vocabularios ad hoc — siendo el primero el Vocabulario en la lengua castellana y mexicana (náhuatl) del franciscano Alonso de Molina (1555). Pero, más allá del dato no menor de la expulsión de los jesuitas a fines de siglo XVIII, la lógica misma fuera: utilizar momentánea y estratégicamente las lenguas aborígenes como medio para extirpar más rápida y eficazmente las alteridades ‘americanas’. La conquista espiritual [hoy acaso diríamos ‘cultural’] del Paraguay (1616), del jesuita y gramático del guaraní Antonio Ruiz de Montoya, es, ya desde su nombre, más que elocuente a este respecto. Y es que los vocabulistas coloniales no eran precisamente indagadores interculturales sino, en palabras de Jesús Lara, “agentes ejecutivos” de la Iglesia y de los intereses europeos y sus obras “instrumentos de penetración en el mundo espiritual aborigen”. [2] Lo que no quita, por cierto, que muchos de los diccionarios y gramáticas que en su hora elaboraran sean hoy fuentes invaluables para el estudio de las lengua de acá.
 
La política de la lengua de la Corona portuguesa no habrá diferido mayormente de la española; de hecho, en el orden de la ley se habrá adelantado algunos años. El Diretório que se deve observar nas povoações dos índios (1757), impulsado por el marqués de Pombal, viniera a suprimir la enseñanza de la língua geral o tupí misional, lengua calificada por el mismo decreto de invenção verdadeiramente abominável e diabólica, con una retórica déspota ilustrada que amalgamara estrategia colonizadora y misión civilizante. Para concluir:
 
[…] será um dos principais cuidados dos Diretores estabelecer nas suas respectivas povoações o uso da língua portuguesa, Não consentindo por modo algum que os Meninos e Meninas, que pertencem às escolas, e todos aqueles índios, que forem capazes de instrução nesta matéria, usem da língua própria das suas nações ou da chamada geral, mas unicamente da Portuguesa, na forma que S. M. tem recomendado em repetidas ordens, que até agora não se observaram, com total ruína Espiritual e Temporal do Estado.
 
Con la ‘Independencia’ o ‘Emancipación americana’, en el siglo XIX, la situación viniera aún a radicalizarse. Más allá del fraseo indigenista presente en más de alguna gesta republicana, sea por nuevas políticas de ‘colonización interna’ (en territorios mapuches, pampas y tehuelches, en la Amazonía, etc.), sea por la implantación de un sistema educacional extremadamente asimilador y homogeneizante y de un servicio militar de la misma ralea, las socioculturas ‘amerindias’, y con ello sus lenguas, habrán continuado siendo consideraras lastres históricos destinados a la desaparición. Las ideologías del Progreso (económicamente expresadas por D. F. Sarmiento en la disyuntiva entre Civilización y barbarie) acentuaran tal compulsiva des-alteración. “Nosotros, los que nos llamamos americanos, no somos otra cosa que europeos nacidos en América” apuntara J. B. Alberdi, el padre de la constitucionalidad argentina (Bases, 1852).
 
Incluso bien entrado el siglo XX, escritores/as resueltamente ‘pro-indígenas’ en lo social, como los nóbeles chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, estimaran a ratos que la única lengua digna de considerarse como tal en “nuestra América” fuera la del conquistador (cf. G. M., Lengua española y dialectos indígenas en la América, 1931; P. N., La palabra, en confieso que he vivido). Sólo muy solitaria y paulatinamente, intelectuales como A. M. Garibay y M. León-Portilla en Mesoamérica, J. C. Mariátegui, J. M. Arguedas y J. Lara en los Andes, L. Cadogan y B. Melià en Paraguay, sea por el rescate de textos pre- y poscolombinos de las tradiciones ‘amerindias’, sea por el uso y/o promoción de dichas lenguas en ámbitos tradicionalmente renuentes a ellas, habrán abierto en el curso del siglo XX el camino para el actual retorno de las alteridades ‘americanas’ reprimidas. Las reformas educativas de los últimos años, que incorporan aún tímidamente la dimensión ‘intercultural bilingüe’ en sus programas, y los reconocimientos aún más tímidos de algunas lenguas ‘indígenas’ como lenguas oficiales en algunos pocos países latinoamericanos, habrán venido también a abrir espacios para una creciente inscripción y publicación de lo que se ha dado en llamar literaturas (en lenguas) indígenas. Con lo cual, sin embargo, surge desde ya más de un lío en traducción. En primer lugar, la misma denominación “indígena” introduce el equívoco de considerar como equivalentes o partes de un mismo todo las muy diversas tradiciones ‘aborígenes’ existentes en lo que hoy conocemos como el ‘continente americano’, siendo que la unificación de ‘tradiciones precolombinas’ es precisamente un efecto de conquista y colonización, esto es, efecto de “la invención de América” por parte de Occidente, para decirlo en palabras de Edmundo O’Gorman (1957). De otra parte, en el mismo término literatura — como veremos, o no, enseguida — despunta un equívoco no menor.
 
¿literatura (en lengua) amerindia?  /  de la mora en traducción
janjamarakisa aymarsa parlktati
janjamarakisa q”ichwsa arsktati
kawksa tuqitsa jutawaita
kunäsa arumaxä, kunäsa parlamaxä
Qulla aymara jaqitaqi k”it”itasa, R. P”axsi Limachi*
 
En los Comentarios reales (1618), el mestizo Inca Garcilaso — tal como para el caso mexicano lo haría tempranamente ese otro mestizo educado entre españoles que fuera Fernando de Alva Ixtlixóchitl — reiteradamente afirma que en la sociedad incaica había poetas y filósofos, poesía y filosofía. “Los amautas”, apunta, “eran los filósofos”, los que guardaban en prosa la memoria de las hazañas de los Incas, ya en modo histórico, ya en modo de ficción: “tenían cuidado de ponerlas en prosa, en cuentos historiales” o en “modo fabuloso, con su alegoría”. En tanto “los haravicus, que eran los poetas”, contaban las historias en verso: “componían versos brevos y compendiosos, en los cuales encerraban la historia”. Verso y prosa, fábula e historia: he aquí distinciones ya cargadas de occidentalía que, junto a oralidad y escritura, habrán venido a tentar la prevalencia de poesía (y aún de filosofía) ‘precolombina’ y, de paso, a inscribir sin más dichos textos en el gran corpus-archivo de la Literatura Universal (esa otra invención (moderna) occidental). La automaticidad de la traducción entre amauta y “filósofo”, haravicu y “poeta”, esto es, de veras, su falta de traducción, no habrá sido sino un tempranero síntoma del programa apropiante occidental, del “encubrimiento del otro”, en palabras de Enrique Dussel (1992), y, por lo mismo, de la ceguera ante lo singular de otras tradiciones, en este caso, ‘amerindieras’ (gesto que se repetirá insistentemente con el traslape sin más, por caso, del cuicatl nahuátl, del ikar cuna, del ül mapuche, del yarawi quechua y aymara, del ñe’ë porä guaraní, y tanto otros, por “poema” o “poesía”).  
 
Incluso la reciente y por demás interesante obra de Gordon Brotherston, La América indígena en su literatura: los libros del Cuarto Mundo (1992, 1997), descomunal esfuerzo por dar cuenta del conjunto de las texturas de la América indígena (native America), no sólo no interroga ni el concepto ni la palabra, menos los avatares de la inscripción del término “literatura” (lo hace sinónimo de texto o inscripción enmarcada en general), dando por sentado que se trata de un fenómeno universal, sino que también persiste en una traducción sin traducción al hablar no sólo de poesía y filosofía sino hasta de “universidades” precolombinas (refiriéndose, por caso, al yacha huasi del Cuzco). Si bien Brotherston, siguiendo en esto a Jacques Derrida, desarma de entrada la oposición entre oralidad y escritura, deshilvanando con ello la oposición jerarquizante entre sociedades con y sin escritura, él mismo termina identificando ciertos modos de inscripción de las tradiciones ‘amerindias’ con la literatura misma y criticando de paso, paradojalmente, al mismo Derrida por aparentemente desdeñar la literatura de la native America (y ello, según Brotherston, a causa de la “fascinación” derridiana por el peuple écrit, ¡el judío!). A cinco siglos de la Conquista, la misma trama: a falta de una extirpación sumaria, apropiación dulcificada de alter en la buena consciencia univerintegradora de Occidente.
 
Si abandonamos la aprensión de la literatura como ocurrencia ubicua y universal, habremos de reconocer lo ya entrevisto: su raigambre circunscrita, datada, ‘occidental’ — lo que implica al mismo tiempo vislumbrar, aún en su apertura, sus límites y fronterías. La literatura: tradición de envíos y reenvíos inicialmente identificada con la escritura alfabética en general, desde donde incorpora su preincripción oral, para reconocerse luego más específicamente en la composición alfabética bella, en la ficción bella o sublime (belles lettres), identificación que perdura grosso modo hasta hoy salvo en contadas y recientes excepciones. La literatura como cosa de Occidente, como envío (tradición) occidental: no sólo en su etimología y concepto, de cierto, también en sus archivos, instituciones y remisiones en sentido lato. Subrayando el elemento conceptual, el cordobés Walter Mignolo lo habrá dicho, tal cual: “Los conceptos de poesía y literatura son regionales y pertenecen a la tradición de las sociedades y culturas alfabéticas occidentales. No es ni mérito ni desmérito de una sociedad que tuvo un desarrollo paralelo a las tradiciones de Occidente no poseer o desconocer una forma de interacción que esta última conceptualizó y le dio el nombre de poesía y literatura” (La lengua, la letra, el territorio: o la crisis de los estudios literarios coloniales, 1986). De paso Mignolo habrá recordado el pasaje de La busca de Averroes de Borges, en donde el sabio árabe, empeñado en traducir a Aristóteles, se ve sobrepasado por la imposibilidad de entender el sentido de los términos tragedia y comedia, que nadie en el ámbito del Islam “presentía lo que quería[n] decir”.  Lo que nos lleva a subrayar: el contacto entre tradiciones, el roce e interpenetración no apropiante [o, derridiosamente, exapropiante] entre alteridades y, por lo mismo, no asegurado o programado de antemano, no se ahorra ni muy menos las dificultades, responsabilidades, vericuetos y aporías de la traducción. De cierto: siempre habrá habido y podrá haber una acelerada voz cantante que sostenga: ¡mas este Borges es un cuentero! ¡Cómo le vamos a creer que los árabes carecieran del sentido y de la experiencia dramática! ¿Pues qué es el drama? Mímesis. ¿Y qué es la famosa mímesis? Imitación. ¡Y la imitación es práctica humana (incluso animal) universal — cualquier niño, aun cualquier loro, en cualquier parte y en cualquier tiempo lo atestiguará! Es precisamente tal acelere en traducción (de facto: olvido de la traducción) lo que borra de entrada toda diferencia entre tradiciones, contrabandeando de paso la lengua circunstancialmente dominante, la mismura de siempre, la “propia”. Habrá habido incluso un antologador de ‘literaturas indígenas’ contemporáneas, por demás muy competente, que acabara subagrupando todos los textos indígenas colectados en ‘poesía’, ‘teatro’, ‘cuento’ y ‘ensayo’, pese a reconocer que muchas veces resulta difícil sino imposible clasificar tales textos como, por ejemplo, ensayo o cuento (como relato o pensamiento), dada la no existencia clara de tales delimitaciones en las tradiciones ‘amerindias’ de referencia (cf. C. Montemayor, los escritores indígenas actuales, México, 1992) [3].
 
Mucho de lo que hoy por hoy se presenta como literatura contemporánea en las llamadas lenguas nativas americanas, leídas desde o en relación con la tradición literaria en que pretenden ser inscritas, muy a menudo en ¿apuradas? traducciones (generalmente, en el caso de México, Paraguay y Chile, editorialmente hoy los más prolíferos en este sentido, son textos que vienen en versión bilingüe del propio autor), suelen ser meras extensiones de segundo orden de la tradición literaria — muchas veces una suerte de romaticismo o neorromanticismo aguachento. ¡Incluso rítmicamente hay borradura de la lengua en la lengua! Hasta hace muy poco, por caso, como lo remarca Wolf Lustig (Tangara, 2003), toda la “lírica” en lengua guaraní — la más hablada de las lenguas ‘nativas americanas’ junto al quechua — seguía sin excepción las rimas y las formas métricas y estróficas de la poesía española. Con todo, mientras no compartamos un mínimo de la extrañante familiariedad de tales lenguas-y-urdiembres, cualquier juicio, especialmente de carácter estético o literario, hubiéramos de mantenerlo en suspensión. Si de juicios se trata (pero de eso justamente a mi juicio es de lo que hoy no se trata), habida cuenta que por estos días hay varios cientos de lenguas ‘amerindias’ en vigor, se comprenderá que el susodicho suspenso es potencialmente permanente. Son, por demás, las propias comunidades lingüísticas y culturales ‘nativas’ las primeras llamadas a reconocer la eventual in/significancia de tales prácticas de escritura.
 
El escritor mazateco Juan Gregorio Regino, maestro bilingüe zapoteco / castellano, es, en este trance, contundente: “La literatura en lenguas indígenas apareció recientemente [en México]. Es realizada por indígenas que han accedido a la escritura de sus lenguas autóctonas y han producido diversos textos. Sin embargo, las lenguas indígenas son empleadas sólo como instrumento para decir lo que se piensa y se construye en español, es decir, no hay una reflexión y búsqueda de formas literarias en las lenguas indígenas. Esta literatura […] no ha generado obras relevantes… (J. G. R., Otra parte de nuestra identidad, 1998). Regino habrá distinguido previamente entre escrituras ‘indígenas’ propiamente dichas (esto es, que se inscriben en tradiciones indígenas específicas), escrituras ‘indigenistas’ (que hace de lo indígena su tema) y la mentada ‘literatura en lenguas indígenas’, escritura occidental en lenguas ‘amerindias’. Entre las escrituras ‘indígenas’ no directamente asimilables a la tradición literaria (occidental), en las que el propio Regino inscribe por demás sus textos, y en la que aún hay muchísimos anónimos y no tan anónimos escritores, se inscribe singularmente también el hilado de Lorenzo Aillapán, escritor mapuche del cual diré luego una palabra.
 
A las distinciones esbozadas por Juan Gregorio Regino, habría que agregar ciertamente la de aquellas escrituras explícitamente mestizas, esto es, las que hacen del ‘doble registro’ amerindio / occidental, de la doble o múltiple referencialidad de tradiciones [y acaso, añadimos, de la interrupción de toda pertenencia tradicional], su im/propia condición de im/posibilidad: lo que J. M.  Arguedas llamara en su momento ‘mistura’, tradición en la que él mismo se habrá inscrito, y que reconocerá en la nuea corónica y buen gobierno de Huamán Poma su destello andino inaugural (Entre el kechwa y el castellano, la angustia del mestizo, 1939). He aquí un misturáceo botón contemporáneo, de muestra: escrito en  guaraní, es un pasaje que se inscribe tanto con referencia a la danza ritual guaraní tangara como a la escritura ‘fónica’ de ciertas vanguardias literarias. Su autor, el paraguayo Ramón R. Silva (Tangara tangara, 1985), ex integrante del grupo vanguardista Paraguay ñe’ê, es parte de una reciente generación de escritores que ha hecho de la liberación de la lengua guaraní (liberación de los moldes castellanos y del guaraní colonizado o ‘reducido’) y, en algunos casos, del encuentro inter-cultural, una de sus marcas fundamentales. Voilà:

Avañe'ê parãrã

Guarani.
Parãrã perere.
Parãrã.
Perere.
Piriri.
Pilili.
Pororo.
Purûrû.
Pyryrýi.
Plíki plíki.
Tumbýky tumbýky.
Ple ple.
Guaraníme.
Parãrã perere.
Taratata.
Perepepe.
Piripipi.
Tyrytyty.
Turundundun dun dun.
Charráu.*

 
Que la literatura pueda ser una tradición abierta, esto es, entre otras cosas, que quienquiera pueda ‘cultivarla’, no le ahorra a tal quienquiera medirse con (y a la vez, en algún punto, desmedirse, desprenderse de) los hitos de la mentada tradición. Al mismo tiempo, y precisamente dado que en aquestas sursuráceas comarcas (y en muchas otras por demás) la tradición literaria es parte de la tradición lingüístico-cultural dominante, una escritura no meramente cínica habría de franquearse un paso allende la Literatura y el Arte sin más (cierto: también la dicotomía entre ‘dominante’ y ‘dominado’ habrá de ser desmontada por el camino, esto es, puesta en vilo mas no borrada sin más). Que una tal escritura, ‘desliteraria’ o ‘desliteralizante’ si se quiere (más que posliteraria o posoccidental), pudiera seguir llamándose, por caso, “poesía”, requeriría una lectura atenta de ciertas hilachas señeras, tal TRILCE de Vallejo, El meridiano de Celan, El libro por venir de Blanchot y/o Dar la muerte, de Derrida, que, de cierto, nos es posible pergeñar en esta ocasión. Tal vez “surescrituras” sea un nombre, entre otros migrantes nombres, para tal acaecer. Tal vez — ésta vez.
 
Una palabra, ya en el borde y desborde de este puntual entrevero, a la escritura de Lorenzo Aillapán: su inscripción memoriosa y anticipante, dicho está, resiste lecturas literarias sin más. Vedados de una apertura a la tradición mapuche del ülkantun y, aún más singularmente, a la del üñumche (üñum, ‘pájaro’; y che, ‘gente’, ‘humano’), su textura podrá acaso parecer una performance folklórica más o menos lograda o, en el mejor de los casos, un divertimento chispeante para infantes. Una palabra, digo, a este comarcano del sur del Bío-Bío: mari-mari, peñi Lorenzo.

*

habrá habido una vez, pues, y aun otra y otras, una tradición su nombre: Occidente — que, con todo, verosimilmente nunca fuera una. y es que la propia posibilidad de identificar una tradición (como una), y aun todo movimiento de identificación en general, habrá presupuesto una alteración originante, un origen alterado, un extrañía indígena. tal descoyunte, tal entre que abre un tal desarreglo, y no un lugar o un sentido o una identificación asegurada: única posibilidad acaso para Surescrituras, única posibilidad hoy para algo así como (de escritores/as) un encuentro.

 

Andrés Ajens, (leído en) La Paz, 17 de septiembre del 2003 [4].

 


[1] Cit. in Las lenguas indígenas en el ocaso del imperio español, H. Triana y Antorveza, Bogotá, 1993.

[2] Notas preliminares al diccionario qheshua – castellano, Cochabamba, Amigos del Libro,1971.

[3] Sería injusto, con todo, despachar de un plumazo el por demás interesante recorrido de Carlos Montemayor. Escritor él mismo, y uno de los intelectuales mexicanos más activos en la valoración de las texturas ‘indígenas’ contemporáneas, Montemayor pretende fundar la universalidad de la literatura en una definición formal de ésta, como ‘arte de la lengua’ o ‘arte de composición’, sea ‘oral’ o ‘escrito’; a partir de ello, y como helenista que (también) es, establece paralelos entre las escrituras ‘amerindias’ y la escritura griega oral (prealfabética). Mas, dado que la tropicidad y el ‘arte de la palabra’ forman parte de todos los estadios y usos de la lengua, y que por tanto la distinción entre ‘lengua de arte’ y ‘lengua cotidiana’ no es un dato sin más sino acontecimiento precisamente de tradición, cualquier delimitación meramente formal de la literatura escamotea su propia condición de posibilidad (su delimitada historicidad). Lo anterior no significa negar las posibilidades de traducción entre tradiciones de escritura, entre haravicu y poema para retomar los términos del Inca Garcilaso, muy por el contrario; ahora bien, ello precisamente exige una cierta mora y aún demora en traducción, so pena de obliterar la posibilidad misma de la traducción (entre no equivalentes). De C. M. cf. también: Arte y trama en el cuento indígena (1998), arte y plegaria en las lenguas indígenas de México (1999). 

[4] Leído en el Salón de Honor de la Universidad Mayor de San Andrés, durante la inaguración del encuentro 'Surescrituras' (La Paz, septiembre, 2004).



*
  cf. Aymar yarawiku, Inmenaqubol, Chukiyawi (La Paz), s/d [1983]. En otra ocasión (Caballo verde para la poesía, nº extraordinario, 2002), en alterónimo, habré sugerido el siguiente translucine:
 
como que me huele que no hablas aymara
como que me huele que no palabreas quechua
¿de qué pagos vienes? ¿qué hablas? ¿lengua? ¿cuál?

** Cit. in Wolf Lustig, Ñande reko y modernidad: hacia una nueva poesía en guaraní (1997). Lustig avanza el siguiente traslape:

Ruidos de la lengua del hombre [fragmento]
Guaraní. / Estruendo latido. / Estruendo. / Latido. / Chisporroteo. / [diarrea] / Tiroteo. / Crujido. / Volteos. / Torpeza. / Trasero trastumbo. / [burbujeo de  un líquido espeso] // En guaraní. / Estruendo latido. / Retemblor-estrépito. / Tableteo-bofeteo. / Ametralladora. / Arrastre-latido. / [cornetín de asta vacuna]. / [agua derramada].